El dolor de Guillermo Avilés

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domingo, octubre 13, 2013

DE HOMBRE A MUJER

Desafiando a la Madre Natura

Cuando Alexander Orlando Rodríguez Aedo nació, su madre miró a otro lado. Se había preparado tanto para la llegada de una hembra que le resultaba difícil lidiar con el desvanecimiento de sus expectativas. La decepción la absorbió durante los tres primeros años de la criatura. Entonces endilgó el cuidado del niño a la abuela, ajena al modo irónico en que la complacería el destino.

En un periodo incipiente de la infancia, Alexander comenzó a mostrar predilección por las muñecas. Un poco más avanzada la niñez, asumía el rol de madre en los juegos “a la casita”; al salir de la escuela primaria Roberto Coco Peredo se anudaba la camisa del uniforme y se ajustaba el cinto para ganar cintura, e incluso el pudor le impedía descubrirse el pecho en las clases de educación física.


“Se reían de mí en la escuela”, recuerda Alexander, hoy conocido por otro nombre. “Me llamaban la gorda, pájara, y por todo eso yo lloraba, hasta dejaba de ir a la escuela para huir de las ofensas de mis compañeros”.

En aquel tiempo le tildaban de afeminado; veían en su carácter a un futuro gay. Ni siquiera él sabía que la discordancia entre su identidad de género y su sexo biológico rebasaba la homosexualidad y el travestismo para definirse como transexualidad.

Por suerte para Alexander, la transfobia de sus compañeros de clase era neutralizada por el cariño familiar. No recuerda una actitud violenta ni una burla de sus parientes a pesar de que en el hogar ayudaba a su abuela en el fregado, el lavado, la limpieza, y hasta colaba café. La sexualidad que espigaba en él, muy distinta a la norma, no provocó acciones drásticas en quienes le criaban, pero sí motivó intentos solapados de revertir su condición.

A sus 10 años lo llevaron a una consulta infructuosa con un psicólogo; luego su abuela procuró consagrarlo a la Iglesia Pentecostal. En la Casa de Dios intentaron persuadirlo de cambios en la voz, en la forma de vestir, de volverse más “crudo”, sin resultado alguno.

“Me aparté porque un día dieron un tema de que uno oraba por la persona que le gustaba. Yo empecé a orar por un muchacho que se llamaba Josué. Tenía 17 años y tocaba la tumbadora en el grupo musical de la Iglesia. Al final se lo conté a mi abuela. Ella me dijo ‘Naciste así y así te vas a morir’ ”.

La etapa de la adolescencia le trajo cambios que radicalizaron su identidad sexual. Empezó a vestir como mujer, transformándose detrás de los arbustos, y a los 14 años el nombre de Alexander quedó en el olvido, gracias a una actuación humorística en una actividad del barrio El Almirante.

A partir de entonces se convirtió en Margot, reina de las carrozas de su comunidad, líder de las aficionadas al arte, vecina amada por todos, respetada incluso al punto de fungir años más tarde en su área como activista de la Federación de Mujeres Cubanas.

Como toda adolescente, Margot celebró sus 15 años, conforme a sus posibilidades económicas.

“Mi abuela vivía de una chequerita y me tiró cuatro fotos. Una amiga de ella tenía un vestido rosado de encaje, me buscaron un implante de pelo, me pintaron y me fotografiaron. Después hicimos una comida en la casa con la familia, yo vestida con una licra azul marino”.

Romántica confesa, soñadora incurable, Margot evoca su primera relación amorosa con luces en la mirada y música de fondo.

“Él tenía 21 años; vivía en Jesús Menéndez. En su casa tomamos una botellita de menta y me puso un tema muy bello que no recuerdo de quién era, pero decía ‘Vivir, vivir, lo nuestro/ sin que nadie nos obstruya el pensamiento/Volar, volar, muy lejos/como palomas libres, tan libres como el viento’.”

Esa relación la llevó a su primer matrimonio, que duró unos cinco años. Finalizado el idilio, conoció el dolor más agudo que le provocaría su condición de transexual.

“Él quería tener una mujer y estar también conmigo, pero yo no acepté. Estaba traumatizada. Intenté suicidarme, hasta dije que me iba a picar los genitales con una lata”.

“Ese ha sido un sufrimiento terrible para mí. Imagínate que me hormoné a los 15 años con pastillas anticonceptivas para que me crecieran los senos. Yo actúo como mujer, me siento mujer, hasta uso ropa interior femenina, orino sentada, y es duro para mí tener que toparme siempre con mis genitales de hombre”.

HACIA EL PUNTO QUE NO ADMITE VUELTA ATRÁS

Con el desarrollo médico – quirúrgico, las personas transexuales tienen la posibilidad de completar el cambio de sexo. Esto se logra mediante cirugías de reconstrucción genital (vaginoplastia, metadoioplastia o faloplastia), operaciones feminizantes o masculinizantes de caracteres sexuales no genitales (cirugía facial o mastectomía) y terapias de reemplazo hormonal.

En el artículo “Vaginoplastia: cirugía de reasignación de sexo de hombre a mujer”, Lynn Conway menciona a la neoyorkina Christine Jorgensen como “la primera transexual en presumir orgullosa su condición” tras ser operada en 1952 por el médico danés Christian Hamburger.

A finales de los años 50, el cirujano estético francés Georges Burov inventó el método moderno de cirugía de reasignación de sexo de hombre a mujer: el de la inversión del pene. La innovación consistía en utilizar los genitales varoniles como fuente de piel y tejido sensible erótico para crear los nuevos genitales femeninos, vagina incluida.

Según datos ofrecidos en el 2010 al sitio web Cubadebate por Mariela Castro Espín, directora del Centro Nacional de Educación Sexual, en la década de los años 80 se hizo la primera intervención de este tipo en Cuba. Paralizado por la crisis económica, el programa de cirugías se reanudó en el 2008, cuando el Ministerio de Salud lo incluyó en su presupuesto.

Las operaciones eran realizadas por médicos belgas y cubanos a isleños de forma gratuita, en contraste con los altos precios que varían en el mundo. En España, por ejemplo, la vaginoplastia oscila entre los 12 mil y los 18 mil euros, mientras la faloplastia puede alcanzar los 24 y los 36 mil.

La noticia de que su mayor sueño era posible le llegó a Margot hace algunos años. En un primer momento dudó que esa fuera su oportunidad, pues ya portaba el Virus de Inmunodeficiencia Humana. No fue hasta inicios del 2013 que se decidió a dar el primer paso. Gracias a la gestión de Zeida Santisteban, presidenta de la Comisión Provincial de Educación Sexual en Granma, Margot fue aceptada por el CENESEX para someterse a un proceso multidisciplinario que determinará su idoneidad para la operación.

En el último semestre, Margot ha asistido a seis consultas de psicología, psiquiatría, endocrinología, cirugía plástica y genética. Hace unos cinco meses consume dos androcur y una cipresta al día, como parte de un tratamiento hormonal que redistribuye la grasa hacia las caderas y los pechos, disminuye el vello corporal y feminiza los rasgos físicos.

En relación al proceso, comentó:

“No es fácil. Son muchos viajes a La Habana, a veces dos consultas en el mismo mes. Me quedo en casa de un amigo y todos los gastos corren por mi cuenta. El proceso dura dos años y hasta más; muchas no aguantan eso”.

Margot afronta los obstáculos sin un ápice de vacilación. Para ello recibe el apoyo de sus colegas en el departamento de Recursos Humanos del policlínico Jimmy Hirtzel de Bayamo y, más importante aún, el de su familia y el de su pareja Yorisbel Castillo Reyes, con quien se casó en boda simbólica hace dos años.

“Yo en realidad no necesito que se opere, pero es su sueño y la voy a apoyar hasta el fondo”, afirma el cónyuge. “Ella es mi madre, mi amiga, mi otro yo. Es la mujer que me hizo dejar atrás una vida de problemas y me convirtió en una persona distinta”.

De someterse a una vaginoplastia, Margot se arriesgaría a sufrir complicaciones como infecciones graves, desangramiento, daños a la vejiga, la próstata o a los nervios principales, así como a una fístula vaginal rectal, úlceras y la estenosis (estrechamiento de un conducto), todo ellos agravado por la enfermedad del VIH-SIDA. No obstante, ninguna de estas sombras oscurece su energía.

“He visto tres mujeres operadas y estaban muy bien, muy bonitas. Dicen que el primer mes es el más doloroso por una maqueta de pene que te ponen durante 15 días para adaptar la vagina. Dicen que si me opero voy a llorar de dolor, pero que después todo es felicidad, aunque dicen que no pueden tener orgasmos vaginales”.

-¿Ellas mismas te han dicho que no pueden conseguir orgasmos vaginales?

Sí.

-Es extraño, porque hay estudios que indican lo contrario. En 1999, Ram Birnbaum midió científica y fisiológicamente la capacidad orgásmica de las mujeres transexuales posoperativas en el Club Eros de San Francisco. Lo hizo para una tesis doctoral cuyas conclusiones determinaron que la transexual posoperativa puede retener y/o adquirir la capacidad orgásmica.

Bueno, eso fue lo que ellas me dijeron.

-De todas formas, si crees que de operarte tu vagina no será sexualmente funcional, ¿para qué correrías tantos riesgos?

Para saber que no tengo un pene y que soy una verdadera mujer. Luego tendría otro carné y me cambiaría el nombre. No me llamaría Margot, que en realidad no me gusta, sino Yeni, como me conocen todos fuera de Granma.

-No pocos transexuales se han suicidado después de la cirugía de reasignación sexual. De hecho, hace algo más de una semana varios medios de prensa, entre ellos informativostelecinco.com, difundieron la noticia de la muerte del transexual belga Nathan Verhelst, quien se sometió a la eutanasia después de varias operaciones por la insatisfacción que le ocasionó su cuerpo. ¿Estás segura de que no te arrepentirás si das ese paso?

Para nada. Quisiera que me la hicieran ya. Ese es mi sueño.

-A tus 33 años, ¿qué le pedirías a la vida?

Que me operen y que Dios me de muchos años de vida para poder verme como una verdadera mujer.

-Entonces crees en Dios.

Sí. Por eso le pido tanto.

-Si crees en Dios, crees en el pecado. Al pretender cambiar tu sexo biológico, ¿no piensas que lo estás desafiando?

Sí, porque estoy actuando de una manera distinta a como él me creó.

-Entonces estás convencida de que te espera el Infierno, toda una eternidad en el fuego, una existencia sin tiempo en el lloro y el crujir de dientes.

Margot me mira fijamente, con algo de suicida y extravío en los ojos; una actitud abstrusa e imposible de definir, probablemente ese rescoldo de herejía que se inflama ante el rostro de la divinidad cuando se trata de defender lo humano:

“Si tengo que arder, ardo…como una mujer”.

Por: Clara Maylín Castillo Góngora

ccastillo@rbayamo.icrt.cu

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