Es un término que pulula en la cotidianeidad del cubano
actual: carretillero. Sus melodías pregoneras invaden toda la geografía
citadina…
¡Aguacates maduros, plátano de vianda, la cebolla morada, el ajo de diente
grande, la piña y la guayaba madura! En fin…No es un fenómeno nuevo, eso sí, pero su adecuación a nuestra realidad de «país de maravillas» lo ha puesto de moda, casi más de dos siglos después de su presencia en la Plaza Vieja, la de La Catedral y la de Cuatro Caminos. Los primeros ecos de estos vehículos datan de la dinastía Han china, en el siglo II antes de nuestra era. Otro referente del asunto es el término carry, que en inglés quiere decir transportar.
Pero bueno, vayamos a la esencia. Antes del 1959
el fenómeno de los carretilleros era bastante común en La Habana. Sobre ese
modo de gestión individual —ojo, que conste que esta etimología es de
instrumentación reciente— basaban sus ingresos muchas personas con
precariedades económicas y tensas situaciones en su entorno familiar. Hoy, en
cambio, esa realidad difiere, pues me atrevería a decir que muy pocos de los
carretilleros han tomado ese sendero por fuerza de la vida.
En esa condición hay un espectro variable de personas que van desde ancianos, hasta otros, profesionales o no, que, teniendo en cuenta sus horarios de trabajo, no pueden acceder a tiempo a los diversos escenarios antes mencionados.
Claro que, «país de maravillas» al fin, todo fenómeno se tergiversa, se
distorsiona, incluso los protagonistas asumen roles torcidos.
Cabría preguntarse, por ejemplo, por qué muchos
de los carretilleros, en lugar de estar moviéndose para expender su mercancía,
plantan bandera en cualquier esquina, a la sombra de un frondoso flamboyán, sin
literalmente sudar la camiseta. Más contraproducente aún resulta el hecho de
verlos madrugar en Tulipán, 17 y K y algunos otros puntos de estas
características, para acaparar grandes cantidades de productos de los que se
descargan, como si sencillamente fueran una cofradía dispuesta a sentenciar:
¡El botín es mío! Eso no lo es todo, lo verdaderamente engorroso es cuando
muchos tienen que comprarle esos mismos productos al doble o más del precio con
el cual se comercializan en los MAE, y por si fuera poco, en ocasiones hasta
sucede este «trapicheo» producto-precio en las
inmediaciones de las instalaciones de comercialización agropecuaria.
El fenómeno no es exclusivo de mi barrio.
Diariamente recorro casi 50
kilómetros entre mi casa y el trabajo, hago escalas en
Altahabana, cuando acudo al Cerro Pelado en busca de alguna historia deportiva,
mi razón de ser en esta profesión de la palabra. Con alguna regularidad voy a
Playa, Centro Habana o La
Habana Vieja, mi destino inicial es Plaza de la Revolución. En mi
trayecto he comprado cosas, las he necesitado, he cargado y luego, me han
quedado fuerzas para sentarme a escribir, como ahora.
Que conste que no dudo de lo operacional que
resulta para muchos esta «nueva» forma de adquisición,
cuando la mesa está casi a punto de servirse, Cronos acecha y la necesidad de
buscar una alternativa de nombre guarnición es apremiante. Solo que como muchas
otras cosas en nuestro «país
de maravillas», desde
su institucionalización oficial en el 2011 no ha tomado aún por los cauces
correctos.
La avalancha de carretilleros en la capital
hacia febrero del 2012 era de alrededor de unos 3 200 registrados legalmente,
según información aportada por Arián Piñero, subdirector provincial de empleo
en La Habana,
al semanario Tribuna. Hoy nadie dude que esa cifra se haya casi triplicado.
Entonces, merece la pena reflexionar, y no solo eso, también urge actuar, en
función del bienestar de muchos y de la instauración del deber ser en nuestra
sociedad, perfectible siempre.
Me despido parafraseando a Carlos Rafael
Rodríguez, quizás no por el filo de estas letras, sino por el hecho de que cada
reflexión se convierta en una daga, la cual lejos de herir, solo aguijonee
aquellos lugares y espacios donde la vida se escucha distorsionada.
Los dejo con algunas
cuestiones legisladas e incumplidas sobre el deber de los carretilleros. Tanta
compra-venta-carga y viajeteo me agotaron por hoy. Solo por hoy…
Se incluye en esta actividad la persona que presta servicios de trasladar y/o transportar productos, objetos, medios, artículos, cargas, que generalmente por su contenido se clasifican en ligeras, valiéndose de un artefacto rodante.
En el caso del Vendedor de productos agrícolas en forma ambulatoria, es la persona que comercializa productos agrícolas en la vía pública, desplazándose de un lugar a otro sin un suelo fijo, valiéndose de medios propios para transportar los mismos, utilizando el pregón u otra forma de comunicación para realizar la oferta y que debe de cumplir con las regulaciones urbanísticas y las normas de vialidad existentes.
El medio móvil que se emplee no puede exceder en sus dimensiones de dos metros de largo, por 1,50 de ancho y 1,20 de alto, y acatar las más elementales normas de estética, acorde al entorno urbano donde se mueven.
Son obligaciones a cumplir por los que ejercen esta actividad los deberes expresados en el Artículo ocho de la Resolución 33/2011, y las regulaciones establecidas en la Ley 109 Código de Vialidad y Tránsito, y así no causar afectaciones a la seguridad vial, ni obstruir con su actividad el paso de los vehículos y peatones.
Para ello es importante: no comercializar ni estacionarse en los ejes de las vías principales y protegidas, ni a 10 metros por las vías transversales; como medio rodante deben respetar las señales del tránsito y las orientaciones de los agentes del orden público, procurando no utilizar las aceras, y transitar siempre a favor del sentido de la vía y, en el momento de tener que estacionarse, hacerlo en la franja correspondiente al parqueo de vehículos.
Tienen que ejercer su labor desplazándose de un lugar a otro, pueden hacer paradas momentáneas para expender el producto a solicitud de un cliente, sin provocar aglomeraciones de público.
La mercancía no puede sobrepasar de manera desproporcionada los límites de los medios que están utilizando, procurando una armonía a la vista, garantizar la correcta higienización, estado y conservación de los productos y los medios que utilizan, así como su procedencia legal de los mismos.
La disposición promueve un correcto porte y aspecto, que a pesar de lo rudimentario de su labor, enaltezca la identidad de la actividad. Si producto de la venta se producen desechos u otras suciedades que afecten el entorno, procurar limpiarlos.
Finalmente puntualizó que queda prohibido a estos cuentapropistas comercializar arroz, papa, chícharos y azúcar.
Se ha informado a cada carretillero las vías en que se regulan o donde se prohíbe este tipo de ventas, que incluyen la prohibición de estacionarse a menos de 100 metros de los mercados agropecuarios.
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