Por IDANIA PUPO FREYRE
COMO una casa grande, en la cual todos pasamos algún
período corto, mediano o largo en el transcurso de nuestras vidas son los
hospitales, que casi como en excepción en el mundo, en Cuba son absolutamente
gratuitos para toda la población, sin distinción de raza, credo, filiación
política y nivel social.
De ahí que nos asista un sentido de pertenencia especial.
Son tan nuestros que bien merecen venerarlos y cuidarlos, sin embargo, a las
direcciones, administraciones y personal responsabilizado se le hace bien
difícil preversar los medios materiales
y la limpieza de esas instituciones.
Cuando en un hospital hay áreas sucias, se carece de algún
recurso o la atención no es la correcta, los pacientes y familiares se molestan
y hacen sus correspondientes quejas. Y derecho tienen. El Estado Cubano
sostiene los altísimos costos que generan cientos de hospitales en el país para
que la población tenga todas las garantías de atención secundaria.
Sin embargo ¿qué cuota de cuidado y respeto ponemos
quienes somos beneficiarios de servicios?
En el plano de los deberes hay muchísimos elementos que
estamos obligados a cumplir, desde hablar en voz baja, no fumar, no echar
basura fuera de los cestos habilitados al efecto... hasta mantener una conducta
y un vestuario acorde con la ética de las referidas instituciones.
Son frecuentes los registros de robos en los
hospitales..., desde un manipulador de una ventana, medicamentos, hasta sábanas
y avituallamientos puestos a disposición de los enfermos ingresados en las
distintas salas.
Rigurosos controles se han establecido para enfrentar
estos delitos, los cuales van restando recursos a los hospitales y constituyen
indisciplinas sociales.
Una de las críticas más generalizadas en la población
acerca de los centros hospitalarios es la limpieza, sin embargo ¿cuidamos y
mantenemos la higienes cuando permanecemos en alguna de estas instituciones?,
en muchas ocasiones la basura acumulada en el piso de sus diferentes áreas
proviene de las colillas y cajetillas de cigarros, los papeles, restos de
alimentos..., que botan
indiscriminadamente quienes asisten a estos locales en busca de la atención que
cure o alivie su mal.
Este hecho se magnifica debido al alto número de personas
que a diario asisten a cada uno de nuestros hospitales. Pacientes,
acompañantes, visitantes...cientos de personas deambulando por los pasillos,
ascensores, baños, consultas, salas....,
lo cual hace poco probable mantener una estricta limpieza, a pesar que el
aumento salarial al personal de servicio ha posibilitado el control estricto de
la disciplina laboral y un superior rendimiento en el trabajo.
Tampoco se respeta por conciencia el horario de entrada de
acompañantes y de visitas establecidos. Ni la permanencia en áreas limitadas.
Los hospitales son como las ciudades, más pequeñas, más
grandes, con sus vías de circulación y sus lugares de permanencia. Con sus
códigos y reglamentos a respetar y cumplir para hacer viable la convivencia.
Estas instituciones cuentan con un cuerpo de custodios
para controlar la entrada, salida y permanencia de la población así como la
protección de los bienes materiales, sin embargo en muchas ocasiones su labor
es obstaculizada o cuando menos no comprendida por los que allí asisten.
La gran casa de todos merece e inspira respecto. Es allí
donde se vive el drama de la pérdida de la salud, de la muerte...y también se
disfruta de la maravilla de sanar, de volver a la vida plenos de júbilo, de
nacer, de hacer crecer la familia.
Demasiados sentimientos para no respetarlos y hacerlos
valederos.
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