No es la mera contemplación de los impávidos, ni unos brazos cruzados dándole de comer a los obstáculos. En Ciego de Ávila no se respiran calmas, y nadie es capaz de dormir bajo techos con paisajes de carcomas. No es así. No lo hacen. Entonces se levantan unos luceros de color azul, y van alimentándose, mientras cae la calma, de un andén eterno que le abre las manos a todos los que se propongan ser como ellos.
Ciego no despierta, porque no duerme. Y la ciudad entera es una mezcla de júbilo y compromiso, de rodillas cayendo en cada esquina, porque el honor de los héroes del 26 de julio pesa demasiado; y cuando un pueblo carga sobre los hombros el juramento de una sede, no puede hacer menos sino crecerse, en el justo momento que el pecho entero se le ensancha. Y lo saben: quedará grabado, para siempre, en la piel, el nombre sagrado de cada protagonista de 1953.
Ciego se disfruta, se absorbe la intensidad de las miradas, y uno se da cuenta del significado de la historia. Y uno descubre a una directora que dona las salas de su Museo de Arte, que lega el espacio de sus Napoleones y sus vajillas de plata, para garantizar la gala en homenaje a los 58 años del asalto a los cuarteles. O también encuentra a una gran dama del periodismo que se inquieta a toda hora, y que no le permite al sol alejarse de su tierra sin antes destellar todos los espacios. O una sala donde no cabe tanta vida, y van de batas blancas, salvando a infantes que no superaron las 3 libras al nacer.
Ciego te hace entender, uno entiende por qué la piña, y cuando doblas las esquinas encuentras otros porqués. Se hace difícil ver los detalles disonantes: o no existen, o ellos los están vistiendo también de rojo y negro. Y cuando caminas sobre los pasos de los años, adviertes que Ciego estará a pesar de las tormentas. No puede ser menos.
Ciego es de verdad, es frescura en los colores de los edificios, en las banderas y en los letreros que invadieron en tsunami imparable cada orificio de los poros. Ciego no cierra los ojos, pero tú tampoco lo hagas, entonces percibirás los rasgos que la hacen diferente: lo mismo puede ser la extensa gama de buenas ofertas a lo largo del Bulevar, que una Turbina salvada a golpe de ingenios y transformada en el parque de la ciudad.
Ciego es de verdad. Y el 26 sí es de piña.
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