Por: Larry Morales
PRIMERA ENTREVISTA
El jueves 10 de noviembre de 1977 fue un día inolvidable para mí. El general William Gálvez, quien se había comprometido conmigo en ayudarme a contactar a Celia Sánchez, ese día me llevó ante ella.
El general tenía una entrevista concertada para tratar asuntos de su libro en preparación Camilo, señor de la vanguardia y yo necesitaba entrevistarla para la investigación que realizaba sobre la vida de Roberto Rodríguez, El Vaquerito.
Al llegar al Palacio, no tuvimos que esperar. William se dirigió hacia los ascensores y me dijo que lo siguiera. Subimos al tercer piso y nos encaminamos hacia la oficina de Celia. Eran las once de la mañana. Enseguida nos mandó a entrar. Penetramos en el recinto y advertimos que Celia no estaba sola, con ella se encontraban los comandantes Juan Almeida y René de los Santos. William los saludó a todos y me presentó.
-Celia, este es Larry, el joven escritor de Morón que está escribiendo un libro sobre la vida del Vaquerito.
-Entonces eres de
-Sí -le dije-, de la tierra del gallo invisible.
Todos rieron. Almeida y René me saludaron y comentaron que era muy importante que los jóvenes se preocuparan por escribir la historia. Me felicitaron. Después se despidieron y se marcharon, quedándonos solamente en la oficina Celia, William y yo.
Nos sentamos y fuimos al grano. Sin darme cuenta, los papeles se habían invertido, porque resultó que la entrevista me la estaba haciendo Celia a mí y no yo a ella. Me preguntó cómo se me había ocurrido escribir el libro, indagó por mi formación profesional, por mi edad (entonces tenía veinte años). Aproveché la primera oportunidad para decirle que necesitaba su testimonio, que mi libro carecía de valor sin sus vivencias... mientras trataba de convencerla de que su participación era imprescindible, abrí una carpeta que yo llevaba y le mostré la lista de los entrevistados, fotos. Noté que se fue entusiasmando, entonces me dijo:
-Vamos a hablar del Vaquerito, pero no aquí. Tendrá que ser en mi oficina de Asuntos Históricos, allí hay más condiciones.
Miró una agenda que había sobre su buró, y me dijo que me iba a atender el martes 15 de noviembre a las once de la mañana en la oficina antes mencionada. Me prometió llevar a Teté Puebla para que también tomara su testimonio ya que era muy valioso.
SEGUNDA ENTREVISTA
El martes 15 de noviembre de
Me preguntó por lo que había hecho hasta el momento y le referí mis últimas entrevistas. Hizo hincapié en que no dejara de entrevistar a ninguno de los miembros del Pelotón Suicida porque podían sentirse relegados, olvidados. Me preguntó por Rolando Fundora y le dije que había sido uno de los primeros en entrevistar, que le había mandado saludos.
-Sí -dijo Celia-, él y yo nos apreciamos mucho. Él dice que yo soy su madrina, ¿no te lo dijo?
Le respondí afirmativamente.
El tema del gallo de Morón afloró también esta vez. Ella creía que ya lo habían colodado nuevamente.
-Es una historia fabulosa -dijo-. Aquí estuvo una comisión de Morón que vino a ver a Fidel cuando les quitaron el gallo y Fidel les dijo que lo pusieran. Mira, ese puede ser el tema de tu segundo libro.
Estaba un poco impaciente porque el tiempo transcurría y aún no habíamos entrado en materia. No sabía cómo iba a introducir el tema del Vaquerito, hasta que le dije de pronto que el Vaquerito al caer tenía consigo una foto de ella.
-Yo se la había regalado en
Seguidamente me relató cómo el Vaquerito se había aparecido ante Fidel, todo magullado, sin zapatos, sin arma; y que cuando Fidel le había dicho que no lo podía aceptar porque estaba desarmado, parecía un abogado tratando de convencerlo.
-Al final quien convenció a Fidel fui yo -dijo Celia sonriendo- porque ya yo le había dado una boticas mexicanas que eran las únicas que le servían y con una camisa a cuadros que él traía, parecía un vaquerito. Yo le dije a Fidel que lo dejara, que parecía un muchacho simpático, un vaquerito y Fidel asintió.
La entrevista se convirtió en una conversación de remembranzas entre Celia y Teté. Ya llevábamos cerca de una hora y media de diálogo, cuando una muchacha pidió permiso y nos trajo café y cigarros. Pensé que aquella interrupción significaría el fin de la plática pero, afortunadamente, no fue así. Hubo un breve silencio que fue interrumpido por Celia.
-Cuando se está en la guerra -dijo- uno se acostumbra a ver morir a compañeros queridos; a separarse, quizás para siempre, de hermanos de lucha... pero cuando murió El Vaquerito, no fue así. Cada día que pasaba lo sentíamos más, no lo olvidábamos. Su muerte nos resultó difícil. Cuando vi al Che por primera vez después de la muerte del Vaquerito, vaya... fue un encuentro muy triste; el Che sabía que yo lo quería mucho. Se nos salieron las lágrimas.
Para romper la tristeza que nos embargaba por las palabras que Celia acababa de proferir, saqué de mi carpeta las fotos que había compilado hasta el momento y se las mostré a ambas. Llamó al capitán René Pacheco y a Nidia Sarabia, jefe e investigadora de la oficina a la sazón, para que también las vieran. Aprovechó la presencia de ellos para sugerirles que me ayudaran con la documentación y con todo lo demás que me hiciera falta de los archivos de dicha institución.
TERCERA ENTREVISTA
Me volví a encontrar con ella en
Se interesó por si había entrevistado a todos los miembros del Pelotón Suicida. Le dije que sólo me faltaba Digno Zambrano, un invasor de
-Cuando el libro salga y los hijos y nietos de Digno vean que no está entre los miembros del Pelotón Suicida, le van a decir “abuelo eres un mentiroso, tú no peleaste con el Vaquerito”, “papá, tú no apareces aquí”. ¿Te imaginas cómo se sentirá entonces ese combatiente?
Cuando fui a hablar, sonrió y me dijo que reconocía el inmenso esfuerzo que había realizado, que Digno no se iba a quedar sin entrevistar, pero que tampoco yo iba a tener que ir a Campechuela. Lo mandó a buscar a
Al final me comunicó que cuando el libro se publicara iba a proporcionarme la posibilidad de entregarle personalmente un ejemplar a Fidel Castro y que si le era posible me acompañaría en la presentación del mismo en mi ciudad.
Aquella mañana no imaginé que los vericuetos de la vida no me permitirían recibir esos regalos espirituales que ella espontáneamente quiso darme. Tampoco tuve la premonición de que al despedirme, la abrazaba por última vez.
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