El dolor de Guillermo Avilés

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viernes, junio 05, 2020

MIRADAS ENCONTRADAS



Hay mirada que transmiten sentimientos especiales, profundos, perdurables.
Mirar a un niño enfermo siempre conmueve, pero si se trata de un contagiado  con el virus de la COVID-19, entonces la sensación es mucho más fuerte.

Así le ocurrió a Reinier Saavedra Sotolongo cuando a través de los cristales, en una sala de terapia infantil, sus ojos se cruzaron con los de un bebé, de sólo ocho meses de nacido y de inmediato se estableció una conexión entre ambos.
El pequeño Oliver Venegas Sánchez trascurría el curso de la terrible enfermedad provocada por el virus SARS-CoV-2 en una sala habilitada como una Unidad de Terapia Intensiva Pediátrica del hospital provincial de Morón.

Por suerte su estado no era grave, pero igual tenía estricta  vigilancia médica de su evolución y el tratamiento indicado. Se mantenía con toda su vitalidad y curioso al haber un entorno distinto al de su hogar, en el poblado de Ranchuelo, municipio Chambas. 


Reinier Saavedra no es médico ni paramédico. Él es trabajador del Turismo y artista de la plástica de academia. ¿Qué hacia allí, entonces?

Pues como ante la presencia de la COVID-19 en Cuba, se cerró el hotel Gran Muthu Imperial, de Cayo Guillermo, en el polo turístico Jardines del Rey, donde él trabaja, el joven aceptó una propuesta de ayudar en tareas de servicio en el hospital de su localidad.

Fue así que pasó varios días, sin salir de allí, en la Unidad de Cuidados Intensivos Pediátricos de la institución hospitalaria moronense.

Su labor fue muy destacada en tareas de limpieza, traslado de ropa sucia y limpia, electricista, informático y cualquier  ayuda necesaria.

Vestido con la ropa de bioseguirad que se utiliza en esta pandemia, muy protegido, sólo sus ojos quedaban libres del atuendo verde.

Un día, mira a través del cristal hacia adentro del recinto de niños ingresados y de pronto sus ojos se encuentran con los de Oliver y fue como un flechazo. La ternura e inocencia del bebé conmovieron al joven.

Desde entonces el pequeñín con frecuencia lo buscaba con la mirada y siempre le sonreía. Aún no sabe hablar, no podía expresar con palabras su simpatía por Reinier,  pero su mirada le transmitía sentimientos que eran correspondidos.

La conexión entre ambos llegó al extremo de hacer que el pintor  retomará su arte, y cartulina y lápiz en mano, pintó al chiquitín,

“No paré de dibujar, un boceto o retrato rápido…, cuando pase todo esto quiero volver a verlo”, dijo.

Fue un lindo regalo, un recuerdo que perdurará  y un día Oliver conocerá la historia y agradecerá el gesto.

Idania Pupo Freyre




Reinier dibujó a Oliver
Oliver en brazos de su mamá ya de alta va para su casa
Yusneidys Sánchez, mamá del niño, en la despedida lleva la cartulina pintada por Reinier

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