Hoy Cuba tiene una gran celebración: la fundación de los órganos de Seguridad del Estado, prestigioso cuerpo militar de enfrentamiento a las diferentes modalidades de agresión a la Revolución cubana.
Desde su nacimiento, los miembros de la Seguridad del Estado han descubierto y neutralizado cientos de acciones contra dirigentes, objetivos económicos y sociales.
Sus incontables triunfos frente a los enemigos del pueblo cubano, han sido posibles porque disponen de mujeres y hombres valientes, fieles, abnegados y bien preparados.
Aquellos que fundaron la Seguridad del Estado merecen un reconocimiento especial porque, sin tener la preparación académica, frenaron las constantes acciones del enemigo a fuerza de astucia y pasión por la Revolución.
Después las filas se fueron nutriendo de jóvenes graduados de cadetes del Ministerio del Interior, con la adecuada preparación física, técnica, táctica e ideológica, y estos han dado continuidad a la obra de sus antecesores de salvaguardar las conquistas del pueblo cubano.
Las generaciones de oficiales que en los últimos 55 años han preservado esta gigantesca obra social merecen todo el respeto de su pueblo; ellos son aquellos que se identifican públicamente y se caracterizan por su sencillez, hidalguía y entrega ante cada tarea.
Y junto a ellos están otros también valiosos, los llamados hombre y mujeres “color del silencio”, quienes desde el anonimato, en la primera trinchera de combate, penetran al enemigo interno y externo, frenan sus acciones en cualquier circunstancia y punto de la geografía, sin aspirar al reconocimiento social o el merecido homenaje, porque tal vez nunca se conozca su desafío al peligro o la gran obra realizada.
Estos
cubanos dan su vida cada día a la gran causa. ¿Cuántos amores ellos han dejado
relegados porque la Patria
los llama? ¿Cuánto han dejado de vivir en lo personal y familiar para entregar
su tiempo y su fuerza a distintas misiones? No habrá elogio o
reconocimiento suficiente para
agradecerles su entrega.
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