El dolor de Guillermo Avilés

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miércoles, julio 19, 2006

EXTERMINAR CAPULLOS


Por IDANIA PUPO FREYRE

EL DOLOR impera. El planeta se ha llenado de guerras. Las disputas bélicas persiguen la reconquista de territorios, riquezas, recursos naturales y millones y millones de personas sufren sus consecuencias en lugares comunes o distantes de la geografía.
EL mundo se desagarra ante la mirada impávida de políticos mediáticos, millonarios, personajes famosos..., de congresos, parlamentos, organizaciones mundiales..., también ante la atención y denuncia de movimientos anti belicistas, religiosos, gobernantes sensibles, y personas de alto sentido humanitario. Pero nada logra detener la creciente escalada de violencia, la destrucción y la muerte.
Sufren y mueren cientos de miles de personas, pero nada conmueve tanto como las consecuencias que estas contiendas bélicas causan en los infantes.
Algunas estadísticas confiables de organizaciones internacionales encargadas del desarrollo de la niñez, son espeluznantes:
Un millón y medio es el número de niños y niñas muertos en conflictos armados. Otros cuatro han quedado discapacitados, ciegos o sufrido lesiones cerebrales. Al menos cinco se han convertido en refugiados y 12 millones más los han desarraigados de sus comunidades.
Si en otras épocas, los soldados eran los protagonistas y las principales víctimas de la guerras, en la última década, son los menores quienes más sufren por varias causas: muerte, heridas, mutilaciones, pérdida de su familia, sus escuelas..., las secuelas físicas, síquicas y emocionales quedan de por vida en los pequeños y la arrastran cual pesado lastre.
No sólo las armas y los ataques marcan el conflicto en Medio Oriente. El drama humano que viven cientos de personas que se encuentran entre los disparos y los estallidos de los cohetes, comienzan a pasar la cuenta. Y los pequeños son los más traumatizados, como relata una agencia de prensa europea, refiriéndose al más reciente conflicto bélico: la agresión de Israel al Líbano:
Por ejemplo, en el parque público de Sanayeh, en el centro de Beirut, permanecen acampando muchas familias con niños. “No teníamos salida. Nuestra casa está cerca del aeropuerto de Beirut bombardeado por Israel. Los niños estaban aterrorizados, ya no dormían ni comían”, contó un hombre llamado Hassan quien, junto a su mujer y sus tres hijos, duerme en los asientos del parque.
El articulista Juan Bas, de El Correo Digital de Vizcaya, España, expresa su sentir al respecto en la edición digital del miércoles 19, con sentido texto:
La CNN sirve la foto de una mujer desencajada que sostiene a su niño muerto, en Líbano, bombardeado desde tierra, mar y aire por el ejército israelí. Y en Irak mueren niños todos los días, destripados por la incontrolada metralla. Setenta años después, es lo mismo. Y la sangre de los niños, que no es más que sangre de niño, se derrama y se inmola al final de la cadena de una decisión tomada desde una limpia y aséptica mesa, no manchada por la sangre de los niños, pero sólo en apariencia física.Malditos sean los que idean la guerra, los que la desencadenan, los que se benefician de ella, los que la apoyan y los que tergiversan su rapaz causa, impiedad e injusticia. Todos ellos tienen sangre de niños en las manos y nunca se las podrán lavar
La Convención de los Derechos del Niño, que reconoce los derechos civiles, económicos, políticos, sociales y culturales, en su artículo 38 establece que ningún infante que no haya cumplido los 15 años de edad deberá participar directamente en hostilidades o ser reclutado por las fuerzas armadas. Todos los pequeños afectados por conflictos armados tienen que recibir protección y cuidados especiales. Aún así, menores de edad son enrolados en ejércitos o, de alguna manera, en acciones militares.
Pero lo cierto es que ni las organizaciones mundiales, ni el clamor de millones de personas que piden el fin de las guerras y las voces acusadoras de sus consecuencias, logran detener una delicada escalada bélica que amenaza al mundo con acabar con sus riquezas, con sus recursos naturales, con la humanidad y en especial, con los niños.
Todo el sufrimiento derivado de los conflictos armados se acumula como especie de gigantesco monumento de denuncia ante el exterminio de los capullos de un inmenso rosal.



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